sábado, 23 de junio de 2012

Los “Gringos” de Barrio Unión



Foto que me hice en el 2001 en Montreal, Canadá. Allí estaba en el jardín de Alvaro, quien amablemente me recibió en su departamento y la foto me la tomó mi amiga María Teresa

Siempre he pensado que a pesar de todos sus defectos o virtudes, Venezuela es el mejor país y el más bello del mundo. Sé que suena irónico, ya que vivo en el extranjero, pero cuando se vive lejos de la tierra que te vió nacer, se extrañan más sus comidas, su gente, sus paisajes, sus colores...¡TODO!
Todas las actividades que he hecho y haré fuera las fronteras venezolanas, siempre ha sido pensando en mi país y en mi gente, en alzar el nombre de Venezuela en el mundo.
Lamentablemente, no todos piensan como yo. Durante mis viajes y estadías por el “Primer Mundo”, me he encontrado con venezolanos que rechazan su raza, desprecian a nuestro país y se creen alemanes, belgas, ingleses o del país donde emigraron. Lo más triste es que su aspecto criollo no lo pueden disimular, a pesar de utilizar acentos extranjeros o se disfracen con las vestimentas del país que los acogió.
Con dolor tengo que reconocer que algunos venezolanos que conocí y que residen fuera de su país descargan a Venezuela y sólo recuerdan lo malo, lo negativo y las historias más horrorosas que vivieron en su terruño natal. Todos esos resentimientos son las causas aparentes y los justificativos que utilizan los que yo bauticé como los “Gringos de Barrio Unión” para aborrecer a su país y que me disculpen los habitantes del Barrio Unión de Barquisimeto, pero esto no tiene nada que ver con ellos, sino que utilicé ese nombre porque todos estos “Odia Venezuela” provienen de barrios u orígenes humildes y los une los mismos ideales, o sea, olvidar al país que dejaron atrás.
Antes de ir a Montreal, Canadá, en el año 2001, una señora me pidió que por favor visitara a su hijo que tenía tiempo que no veía, ni sabía de él. Me dió su número de teléfono y unas fotos envueltas en papel para que se las entregara.
“Espero las imágenes le remuevan los recuerdos y así se acuerda que tiene madre”, me dijo la anciana con tono de tristeza.
Días después que me instalé en el barrio de Plamondon de Montreal, llamé a este muchacho desde una cabina telefónica en la calle, pero me cayó un contestador que decía unas palabras en inglés y que dejara el mensaje después del tono. Como se supone que iba a hablar con un paisano mío, le dejé grabado el número de la casa donde me estaba quedando en español. En horas de la noche, me devolvió la llamada, la voz tenía un marcado acento norteamericano.

  • ¿Hablo con el senior Mata, po favó?
  • Si hablas con él, ¿quién es?
  • You llamar a mi house, ¿qué querer?
  • Disculpa, es que tu mamá te envió algo conmigo...
  • ¿Tú hablar inglés? ¡Porque no entender nada!
  • Yes, I speak english

Entonces comenzamos a conversar en inglés y me dió su dirección. Quedamos en vernos un sábado a las 7:30 pm, no si antes advertirme que sólo me atendería media hora porque estaba muy ocupado.
Al colgar, pensé que el chico tenía muchos años viviendo en Canadá, porque su español era deficiente.
El día acordado llegó, el jóven vivía en una de las mejores zonas de la ciudad y para llegar hasta allá, me tocó tomar varios metros porque me perdí y más aun cuando se tienen sólo unos días en una ciudad totalmente desconocida para un recién llegado como yo.
Afortunadamente, me fui temprano previniendo el adivinar cómo llegar al lugar. Cuando estuve frente a su puerta y toqué el timbre, su saludo en inglés fue: “llegas tarde 3 minutos”...
Se trataba de un muchacho moreno, bastante oscuro, cabello ensortijado, delgado y de baja estatura, o sea, más venezolano no se puede.

  • Discúlpame, pero me perdí en dos oportunidades, las líneas del metro me confundieron...
  • Mucho gusto, soy Enrique (nombre falso para proteger su identidad), okey, al grano, ¿qué quiere mi mamá?
  • No lo sé. Te mandó este sobre...   

  • Lo abrió en silencio, miró las fotos de reojo y leyó la carta en español. Mientras tanto, yo observaba la casa, y noté que tenía el televisor encendido con un juego de fútbol americano y música rap a todo volumen a la vez. De repente, salió un tipo altísimo de aspecto nórdico de una habitación y Ernesto me dijo:
  • Él es norteamericano, es mi pareja y no habla español, así que continuaremos nuestra conversación en inglés para que él no se sienta excluido.
  • ¡Está bien!...¿cuánto tiempo tienes en Canadá?
  • Un año...
  • ¿Y cuándo te fuiste de Venezuela?
  • Hace un año...

Entonces comencé a hablarle en español, hecho que no le gustó para nada.

  • ¿Por qué tienes acento gringo si sólo tienes 12 meses en este país?
  • (Con marcado acento venezolano me respondió molesto) Porque no quiero que se me relacione con esa mierda de país.
  • No se llama mierda, se llama Venezuela y allí naciste, te criaste y viviste hasta hace 12 meses guevón, ¿o se te olvidó?
  • Mira, si me vas a venir con temitas de orgullo nacional, te puedes ir yendo...
  • No te preocupes que ganas de irme no me faltan.

El gringo, viendo que nuestro tono se tornó agresivo, intervino:

  • ¿What´s wrong? (¿Qué pasa?)
  • Nothing my love, nothing (Nada mi amor, nada)

Siguió viendo el juego y de repente sonó como una alarma de reloj, Ernesto lo había programado para que sonara media hora después.

  • Ya tu tiempo se agotó, te pido no le digas nada a mi mamá, dile que no me viste y que no pudiste contactarme, ¿está bien?
  • ¡Está bien!
  • Ven y te acompaño a la puerta, siento decepcionarte, pero espero entiendas que no quiero nada con el Tercer Mundo y si pudiera cambiarme el color de piel y borrar mi pasado venezolano lo haría. No te imaginas cómo odio a Venezuela.
  • ¿Sufriste algún trauma o una mala experiencia en nuestro país para que lo aborrescas con tantas ganas?
  • ¿No te parecen suficiente los tierrúos, los negros y la gente ordinaria y fea que habita allí como para despreciar a ese país?
  • (Tomé un respiro para no meterle un golpe, porque era lo que se merecía, pero me contuve) Chico, ¿tú no te estás visto en un espejo? Aparte de mal educado y desubicado, tienes en tu ser todo lo que desprecias de Venezuela, además de chulo y marico...

Se quedó mudo y a mis espaldas sonó un portazo, que me dejó sordo unos minutos.
Gracias a Dios, de este personaje no supe nada más, ni quiero saber tampoco....



Fotografía de mi primera nevada en Salaberry de Valleyfield, una ciudad cerca de Montreal. Era la primera vez en la vida que veía nieve...


Antes de continuar con esta historia, debo aclarar algo: NO SOY RACISTA, NI DISCRIMINO A NADIE, acepto a las personas tal como son, el hecho está en que he tratado desde travestis hasta personas que practican sadomasoquismo, hecho que me ha valido críticas y hasta me han juzgado mal simplemente por tener trato con personas rechazadas socialmente. Pero considero que no soy nadie para criticar a la gente y menos para controlarles sus vidas. Lo que me molesta realmente son las personas que ven defectos en los demás y no se ven los propios. Destrozan a sus semejantes y no se miran a si mismos. Bien lo decía mi abuela: “el mono no ve su rabo, para mirarle el rabo a los otros monos”.
Me enojó enormemente que Ernesto rechace a nuestra gente y más por razones tan absurdas como el aspecto físico y por razones de status social. Más frivolidad y “cabezahuequismo” no se puede.
Parece que este estúpido no tiene espejo en su casa y no se da cuenta que es más criollo que una arepa y que lo único que tiene de canadiense es la casa donde habita y el papel legal que le da permiso para habitar en ese país. ¡NADA MÁS!



Maricarmen Clay, una venezolana radicada en Esslingen, Alemania. Está casada con un alemán, tiene dos niños y es la creadora de una agrupación de danzas folklóricas venezolanas, con la que se ha presentado por toda Alemania, exaltando nuestra cultura en Europa. En la foto aparece con su hijo menor, quien por cierto, ya sabe bailar joropo...


Lamentablemente, conocí en el extranjero varios casos como éste.
En España traté a un muchacho que hablaba con marcado acento madrileño y éste creía que, por hablar como los capitalinos ibéricos, iba a transformar de manera radical su físico latinoamericano.
En Alemania me presentaron a una marabina que se teñía el cabello de rubio y utilizaba lentes de contactos azules para disimular sus genes goajiros y, se creía tan alemana, que hasta sustituyó su nombre en español por uno germánico y de manera legal. Incluso le ofendía que la llamaran por su nombre venezolano. Si antes se llamada Yusneida del Carmen Prieto Perez (nombre inventado para proteger su identidad), ahora es Greta Ingeborn Heinz Guttenberg, pero la pinta de “Lila Morillo” no se la quitaba NADA, ni NADIE. Ni siquiera la pintura rubia platinada de su cabello mal desrrizado pudo borrar sus raíces indígenas y mucho menos los plásticos azules que utilizaba en sus achinados ojos.
También conocí venezolanos que se quedaban en el Primer Mundo, porque allá hay cosas que no se consiguen en nuestro país, como por ejemplo: marcas de renombre o tecnología de punta, pero de vaina tienen para comer y los realitos les alcanza sólo para pagar las deudas.
Puedo entender y, es lógico, que uno debe amar el país extranjero que te recibe, así como adaptarse a su cultura, clima, gastronomía, idioma, etc...pero de allí a querer ser un “nativo puro”, pues veo esa reacción como un gravísimo problema de autoestima y creo que se convierte en un peo patológico cuando les da por odiar al país que los vió nacer.



En el Primer Mundo conocí a varias venezolanas con el cabello teñido de platinado, pero no por moda, sino porque deseaban ser "rubias nativas" y querían borrar con pintura sus raíces latinoamericanas


Caso contrario sucede con los colombianos, que AMAN a su tierra por encima de cualquier cosa.
Todas las casas de colombianos que visité durante mi estadía en Europa, TODAS tenían un detalle que les recordara su país, ya sea una bandera, una foto de un paisaje o alguna artesanía típica.
Cuando se les habla de Colombia, se ponen nostálgicos, recuerdan lo bueno, lo bonito y lo mejor de su país. Ninguno de ellos me habló de la guerrilla, ni de la droga, sino de los bellos paisajes de sus lugares de nacimientos, de su comida tradicional y hasta de su música.

Aclaro también que conocí en el extranjeros a venezolanos que AMAN a su país, que extrañan a su terruño natal y con los que me reuní, más de una vez, para comer arepas, un buen plato de caraotas, bailar la música de Billo´s o simplemente, para repartirnos las nostalgias del país que miramos desde lejos y que no se deja de extrañar NUNCA porque orgullosamente nacimos y crecimos allí.



Mi primera fiesta venezolana en Europa. Fue en el departamento de mi amigo Pedro Linarez en Sevilla, España, en el año 2005 y la pasamos súper bien, incluso escuchamos la música de la "Billo´s Caracas Boys" y de "Un solo pueblo". Extrañaba mucho mi acento y mi gente, y esta reunión me devolvió la energía venezolana que estaba necesitando para aquel entonces...¡Cómo nos reímos!


Creo que ese sentimiento de pertenencia y amor por lo nuestro es el que nos hace falta a los venezolanos. Apoyar nuestro joropo u otra danza tradicional no es un hecho “tierrúo” u ordinario como algunas personas lo ven. En México, por ejemplo, cualquier celebración, hasta la más fina y elegante, incluye música típica, por eso me alegra que en eventos como el Miss Venezuela, incluyan presentaciones con temas folklóricos.
Ya está bueno ver a nuestro país como un banco que se roba y se disfrutan los reales en otros lados. La política no debería trasformar el ánimo de los venezolanos y menos controlarle sus vidas o separarnos. Ya basta de quejarnos y no hacer nada. También tenemos un lado muy hermoso como nuestra hospitalidad, una naturaleza hermosa, la gastronomía y más cosas que tenemos para exaltar, promocionar y, sobre todo, amarlo por sobre todas las cosas, porque Venezuela es nuestra madre y a la madre ni se le pega, ni se le ofende, se le adora y se le respeta.

¡VIVA VENEZUELA!

José Luis Mata – Junio 2012



Niños venezolanos bailando música folklórica en un colegio de los Estados Unidos


Venezolanos en el extranjero aconsejan a los que deseen emigrar


Músicos venezolanos tocando cuatro y arpa en el barrio de Santa Catherine, en Montreal, Canadá



Fotografía de su la señora Fanny Sepúlveda y su hija Carolina. Esta foto se las tomé durante la fiesta de cumpleaños de Fanny en el 2004, en el departamento de ambas en Bruselas, Bélgica. Estas dos hermosas colombianas me tiendieron la mano en ese país y con ellas compartí hermosos momentos en la capital belga. Les estaré eternamente agradecido...






domingo, 3 de junio de 2012

Mi experiencia nazi en Alemania...


Mi primera foto en Berlín en el 2004


Me gusta la historia. Tanto, que apenas visito un país extranjero, lo primero que hago es conocer sus lugares históricos. Esos rincones que guardan secretos que aún no son develados y sólo sus paredes conocen la verdad. Donde ocurrieron momentos cruciales que cambiaron el rumbo de un país o aun recuerdan un hecho que lo hace inolvidable para bien o para mal.
Alemania está saturada de historia, sobre todo Berlín, en la cual se gestaron guerras, tratados de paz, acuerdos políticos equivocados y hasta grandes conciertos callejeros.
Cuando la visité en el 2004, no sólo quedé impresionado con su arquitectura, con el busto de Nefertiti y la Puerta de Brandeburgo, sino también con su pasado nazi.
El fantasma de Hitler aun persigue a las nuevas generaciones de alemanes, los cuales bajan la cabeza por pena o, para evitar un enfrentamiento, cada vez que se toca el tema de la Segunda Guerra Mundial.
La palabra más ofensiva que le puedes decir a un germano es “nazi”.
Mentáles la madre, llámalos maricos, diles hijos de puta, seguro les ofenderá, pero no hay nada que más les duela que les recuerden ese pasado negro que vivieron sus abuelos y bisabuelos, y que les ha tocado cargar con ese peso y ese estigma a pesar de que ya han pasado varias generaciones. Durante mi paseo por Berlín lo pude comprobar, ya que cada vez que recorrí museos o espacios históricos relacionados con el nazismo, los visitantes guardaban un silencio sepulcral, nadie decía nada, era como un silencio pactado para no recordar esa mancha negra que todavía aparece en los libros de historia de Alemania.




Entrada de un campo de concentración el cual muestra la macabra frase "El trabajo te hace libre"


Tuve la oportunidad de conocer un campo de concentración. Honestamente, no es nada agradable caminar por un lugar donde murieron injustamente personas por el simple hecho de tener una religión, sexualidad o color de piel diferente. Aún esas habitaciones huelen a chamuscado, a encierro, a tristeza, a depresión, a viejo. Es un verdadero suplicio ver fotografías gigantes de personas torturadas, de los experimentos que se hacían con los seres humanos, de bebés que fueron quemados vivos en hornos, de caras asustadas porque no conocían su destino, pero estaban seguros que nada bueno o agradable les sucedería poco después de haberles tomado esas fotos.
Creo en energías y me tocó salir más de una vez del lugar, porque percibía en el ambiente mucha depresión, soledad, desesperación. Es curioso ver la reacción de la gente cuando visitan este tipo de lugares. Por ejemplo, una señora que estaba cerca de mi lloraba en silencio, se tapaba la boca para que sus lamentos no se escucharan, pero el “moqueo” de su nariz y las lágrimas le mojaban la blusa, la delataban quiera o no. Otro señor, por su parte, se reía, no sé si era por nervios o porque le parecía gracioso lo que veía. En mi caso, me dio tristeza descubrir los horrores de la guerra, me daba rabia a ratos la injusticia con la que aniquilaron a inocentes y todavía me cuesta entender cómo pudo ocurrir un hecho así en pleno siglo XX y en sociedades “supuestamente” civilizadas.
Le pregunté a una de las guías cuál era la intención de asquear e impresionar a los visitantes que recorrían el campo de concentración, así como de remover un capítulo muy desagradable de la historia germana y me dijo muy seria: “crear conciencia (...) no queremos que estos hechos se repitan y la única manera de que las nuevas generaciones sean más pacifistas y tolerantes con los demás, es “abofetéandolos” con las situaciones negativas que creó el Tercer Reich años atrás y que todavía nos afecta”. ¡Y tenía razón! Porque los índices de casos de racismo en dicho país son muy bajos y se crearon leyes las cuales protegen a los extranjeros en casos de rechazo social y obligan a quienes los atropellan a pagar multas con altas sumas de dinero.




En el monumento a los judíos en Berlín, debajo de este monumento que emula lápidas en honor a las víctima del Holocausto, se encuentra un museo


Durante mis años en Alemania, pude conocer de primera mano, historias de personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial. La abuelita de un amigo que vive en el sur del país, me contó que su familia era rumana y viendo cómo los nazis atacaban a los judíos y extranjeros, sus padres decidieron devolverse a pie a Rumania, ya que si agarraban un tren o un autobús, seguro serían atrapados y deportados a un campo de concentración.
Ella es la menor de tres hermanos y me dijo que mientras caminaban por los bosques, vieron y escucharon de todo, ya que los nazis saqueaban, violaban y abusaban a su antojo.
Cuando se les acabó la comida, les tocó robar o pedir así sea un pedazo de pan de las casas que se encontraban en el camino, ya que las frutas y vegetales de los campos no se podían comer porque fueron envendados por el Tercer Reich, el gobierno germano sabía que muchos de los inmigrantes se estaban escapando por los caminos verdes y la manera más fácil de aniquilarlos era envenenándolos, hicieron lo mismo con el agua de los ríos y lagos.
Les tocaba dormir entre matorrales y su hermano mayor y su papá se turnaban la vigilancia nocturna, para así evitar ser descubiertos. Sus padres les decían que apenas aparecieran nazis, se dispersaran, que se olvidaran que era una familia, que corrieran por sus vidas.
Un día, su papá se fue a buscar comida y rato después llegó corriendo al lugar, gritándoles que huyeran, que los nazis lo descubrieron y todos escaparon hacia los matorrales. Ella y su mamá se subieron a un árbol y vieron como mataron a patadas a su padre, que vomitaba sangre, y no pararon de golpearlo hasta que el pobre hombre no reaccionó más, ni emitió sonido alguno. Su mamá lloraba y le tapaba la boca a la niña para que sus gritos de nervios y llanto no fueran escuchados por los militares. A su hermano le pasó lo mismo, los nazis lo descubrieron, lo obligaron a correr para practicar puntería con él mientras el muchacho intentaba esquivar los disparos para salvar su vida.
Estuvieron por meses internadas en los bosques y caminaban de madrugada y en la oscuridad para no ser descubiertas. Llegaron a comer grama, tomar agua sucia y comer de la basura para no morir de hambre. Sufrieron muchas veces de fiebre, dolores estomacales y vomitadera.
Un día, unos campesinos alemanes que venían en sentido opuesto a ellos, les dijeron que se fueran a Berlín, que ya la guerra había terminado y se desviaron a la capital germana. Cuando llegaron, se encontraron con una ciudad completamente destruida por la guerra e invadida por los rusos, franceses, ingleses y norteamericanos.
Lo que se suponía que iba a ser la solución para liberar a Alemania de las garras de Hitler, resultó ser otro problema, ya que los militares invasores también saquearon, mataron y abusaron de su poder.
Esta señora me contó con lágrimas en los ojos que apenas entraron a Berlín, un lote de militares rusos de avalanzaron sobre su mamá y hermana de trece años, las violaron, y fueron tantos a las vez, que las mataron luego de gritar por ayuda hasta quedarse difónicas. Mientras ultrajaban a su mamá, la señora le gritaba en rumano que corriera por su vida y ella llorando, corrió y corrió sin rumbo fijo, muy asustada y, a su vez, débil porque tenía días sin comer y se sentía muy enferma.
Se escondió entre los escombros de una construcción destruida por las bombas y allí se quedó dormida. Un bombardeo la despertó sobresaltada y volvió a correr. Se encontró con los cuerpos de su mamá y hermana tirados en la calle, completamente desnudas y con largas rayas de sangre que salían de sus respectivos sexos.
Rodó varios días, se escondía de los militares, porque para ella, cualquier uniformado representaba un peligro.
Un día se encontró entre los escombros una lata, estaba cerrada y no tenía etiqueta. Tomó una piedra y la golpeó hasta que le hizo un huequito, y comenzó a succionar con todas sus fuerzas. Por fortuna, era mermelada de fresa y, debido al hambre, se la comió toda, hecho que le produjo dolores estomacales y mareo. De repente, todo se le nubló y cayó desmayada. Cuando abrió los ojos, estaba en un hospital y de allí la pasaron a un orfanato, donde terminó de crecer y educarse.
Me dijo que se casó con un alemán con quien fue muy feliz. Que a pesar de los sucedido, no resiente nada contra los germanos. Pero que siente un odio profundo por los rusos, por lo que le hicieron a su mamá y hermana.
Es tanto el trauma de esta señora, que no puede ver películas relacionadas con encuentros bélicos, no consume mermelada de fresas porque cree que le producirá un desmayo y la pérdida de la conciencia. Aun le teme a los soldados y los juegos pirotécnicos explosivos le producen ataques de nervios porque le recuerdan a los bombardeos que vivió de niña.
Cuando terminó de contarme su historia, me tomó de la mano y me llevó hasta la cocina. Allí había un gran closet lleno de latas de todo tipo, porque según ella, “si estalla otra guerra, ya estoy preparada y tengo comida para sobrevivir varios meses”.
Sus nietos me cuentan que es una mujer muy dura, que cuando uno de ellos se queja por una tontería o a ella se le acaban las medicinas, la abuela les dice: “sobreviví a una guerra, así que esta situación no es nada”.



Los edificios que aparecen de fondo en la foto, sustituyeron los bunkers y oficinas de los nazis en Berlín


La Segunda Guerra Mundial marcó de tal manera a los alemanes, que hubo palabras que fueron eliminadas del diccionario, ya que eran utilizadas por los nazis. Lo mismo sucedió con ciertas oraciones que son innombrables y hasta vetadas por la ley en caso de su utilización pública, como por ejemplo “El trabajo te hace fuerte” (Arbeit macht Frei), que está escrita en todas las puertas de los campos de concentración o “La solución final”, que era sinónimo de mandar a las personas a las cámaras de gas.
Una vez quise tirármela de simpático cuando laboraba en una revista en Hamburgo, ya que una compañera me dijo que estaba muy cansada porque había escrito todo el día sin descanso alguno y le dije sonriendo: “El trabajo te hace libre”, dicha frase bastó para que toda la oficina se tornara silenciosa y cientos de ojos se posaron sobre mí, con miradas matadoras. Entonces ella me dijo muy seria: “esas palabras no son broma en Alemania, seguro lo desconoces porque eres extranjero, pero esa oración aquí no se dice nunca y menos en broma”.
¡Trágame tierra! Desde entonces medía mis palabras ante los germanos...



Postal de militar nazi con un bebé que conseguí en una librería de segunda mano en la capital germana


En una de las visitas a Berlín, entré en una librería de segunda mano y revisando unas cajas con postales antiguas, me encontré una foto de un militar de la SS cargando a un bebé. Me pareció un material histórico interesante y cuando la fui a cancelar, el vendedor se puso muy tenso, me preguntó de dónde había sacado esa imagen, le señalé la caja de donde la saqué e igual no me la quería dar, ni vender y después que le supliqué varias veces, cedió hecho un manojo de nervios pero me pidió que no dijera que la había comprado en su tienda. Recuerdo que me la envolvió como en tres páginas, las selló con cinta adhesiva y me la dió en una gran bolsa de papel, sin ningún tipo de inscripción.
Parecía que me estaba vendiendo droga o algún material prohibido y perseguido por la ley.
Otro día almorcé en un comedor popular ubicado en pleno centro de la capital alemana y me llamó la atención lo gigante de la sala. Resulta que había sido el aeropuerto privado de Hitler y, a diferencia de las otras edificaciones de los nazis, esta no fue destruida, ni modificada.
Me dio tanta curiosidad, que buscando el cuarto de baño “supuestamente” me perdí y así pude ver otras habitaciones que, para mi decepción estaban vacías. Sólo tenían grandes ventanas y techos altos.
Mi exploración se acabó cuando una de las empleadas me vió rodando por los salones y me dijo: “señor, si busca los urinarios, los dejó como 5 habitaciones atrás”. Pero como mi curiosidad no quedó saciada, aproveché para preguntarle sobre el pasado hitleriano del lugar y volvió el silencio, ese silencio alemán que parece que quiere borrar el pasado, que les da pena o les molesta que les toquen el tema.
Tomó un respiro y mirándome fijo con sus ojos verdes, muy verdes, me dijo con tono frío: “si necesita papel toilette, me avisa”...

José Luis Mata
Junio 2012




Comedor que anteriormete había sido el aeropuerto privado de Hitler



Ticket del metro de Berlín, de mi primer viaje...



Imagen del campo de concentración de Dachau, hoy convertido en un museo



Documental sobre los campos de concentración en Alemania




Testimonio de una sobreviviente del Holocausto